Compasión en tiempo de prisa: un llamado a la pausa

Escrita por: Elisa Ochoa

A veces creemos que comprender al otro significa pensarlo desde nuestra lógica. Que ponernos en su lugar es imaginar qué sentiríamos y cómo actuaríamos nosotros, según nuestras ideas, nuestro carácter y nuestras heridas. Pero ser empáticos no es proyectar nuestro mundo interior sobre el otro, sino abrir espacio para que el otro exista sin necesidad de explicarlo, corregirlo, definirlo o juzgarlo. La empatía no implica entenderlo todo; es acercarse sin violencia, con apertura y con una escucha dispuesta. 

La compasión, por su lado, va un paso más allá, no solo percibe el dolor ajeno, sino que nos permite conmovernos con él. No desde la lástima, sino desde el reconocimiento de una vulnerabilidad compartida. La compasión no busca salvar, sino acompañar; no intenta dar una solución inmediata, sino que sostiene el silencio necesario para no banalizar el dolor del otro. 

Cuando faltan estos gestos, la empatía que escucha y la compasión que permanece, nuestras relaciones se vuelven áridas, un intento de sálvese quien pueda, una búsqueda constante del error ajeno. Nos defendemos con juicios, respondemos con dureza, tratamos de sobrevivir sin mostrarnos del todo. Y como sociedad, nos fragmentamos. Todo esto lo podemos ver en la polarización, en el desprecio por la diferencia, en la prisa por clasificar antes que por intentar comprender, en las guerras sin sentido. Sin un ejercicio profundo de sensibilidad compartida no solo dejamos de ver al otro, sino que de tanto escondernos nos vamos volviendo invisibles también para nosotras mismos. 

Distintas culturas han tratado de nombrar esta capacidad de mirar con profundidad y de acompañar sin invadir. El budismo habla de karuṇā, una compasión activa que nace de la comprensión de la interdependencia. Cuando no hay separación entre mi sufrimiento y el sufrimiento del otro, cuidar se vuelve un gesto natural y no una obligación moral. 

En el artículo The Compassionate Buddhist (Soguilon, 2024), se profundiza en este concepto como raíz de una ética viva, no solo contemplativa. La compasión, dice el autor, no se queda en el pensamiento ni en la emoción; se vuelve cuerpo que actúa, decisión que cuida, presencia que transforma. En el modelo del bodhisattva (aquel que retrasa su propia liberación para acompañar a otros) encontramos el corazón de esta idea: no basta con comprender el sufrimiento, hay que implicarse con él. 

Esta implicación se puede expresar en gestos cotidianos como compartir lo que se tiene o enseñar con generosidad. Lo que mueve estas acciones no es el deber, sino una sensibilidad entrenada. Una forma de atención lúcida que no se evade del dolor, sino que lo acompaña sin la pretensión de convertirse en un salvador. 

En África, la filosofía Ubuntu expresa una noción similar: “Umuntu ngumuntu ngabantu”, que puede traducirse como “yo soy porque somos”. Como señala el filósofo Munyaradzi Felix Murove en su artículo L’Ubuntu (2011), esta ética se funda en la idea de que la persona solo existe en relación con los demás, con el entorno natural y con las generaciones que la preceden y suceden. Esta interdependencia es el núcleo de una ética que trasciende el individualismo, entendiendo que el cuidado no es un deber abstracto, sino una expresión de la humanidad compartida. 

En el cristianismo, por su parte, la compasión y el cuidado tienen un fundamento en el mandamiento del amor al prójimo. La figura de Jesús se presenta como la máxima expresión de entrega total, que no se limita a sentimientos o pensamientos, sino que se encarna en acciones concretas. Al tocar al leproso o acoger al marginado, Jesús muestra como el cuidado dignifica al ser humano y permite romper las barreras que aparentemente nos dividen. Este amor no se reduce a un acto de caridad ni a una obligación moral impuesta desde el afuera, sino que es un llamado a reconocer al otro como prójimo, es decir, como alguien con quien compartimos una humanidad común y una responsabilidad mutua. 

Desde una mirada contemporánea, el filósofo Emmanuel Levinas propone una idea poderosa: lo que nos hace verdaderamente humanos no es la razón ni la autonomía, sino la capacidad de responder al otro. Frente a una tradición que ha centrado el humanismo en el individuo, Levinas plantea un humanismo del otro, en el que la humanidad se define por la apertura, la responsabilidad y el cuidado hacia quien tenemos enfrente. Como señala en su libro Totalidad e infinito, ensayo sobre la exterioridad: “nadie puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema”. La compasión, en este sentido, no solo es una emoción ante el sufrimiento, sino una forma de relación que nace de la vulnerabilidad compartida. No se trata de cumplir una norma externa, sino de dejarse tocar por la presencia del otro y responder. La compasión desde esta mirada es una llamada ética que nos despierta desde el vínculo. 

El espacio entre el estímulo y la respuesta 

No siempre logramos actuar con empatía. A veces lo que habla por nosotras no es la conciencia, sino la reacción automática: viejas heridas, patrones defensivos, emociones que nos habitan antes de que podamos identificarlas y nombrarlas. La neurociencia llama a esto “memoria implícita”. Reaccionamos antes de saber por qué. Lo que fue amenaza o dolor alguna vez, el cuerpo lo guarda incluso después de olvidar el evento que lo produjo. 

Pero ahí mismo, en medio del impulso, existe la posibilidad de la pausa. No una pausa pasiva, sino un espacio activo de observación y cuidado. Entre lo que sentimos y lo que hacemos hay un umbral y en la medida que nos entrenamos, lo podemos ampliar. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido, insiste en que, incluso cuando las condiciones externas no pueden cambiarse, cada persona conserva la libertad de elegir su actitud frente a ellas. Así lo expresa él: “Cierto, un ser humano es un ser finito, y su libertad está restringida. No se trata de liberarse de las condiciones, hablamos de la libertad de tomar una postura ante estas condiciones”. 

    Desde esta perspectiva, la compasión comienza con una elección: la de no responder automáticamente, estar presentes con lo que sentimos y con quien tenemos enfrente. Ser empáticos y compasivos no requiere perfección, sino presencia, pero también autocuidado. Nadie puede sostener al otro si vive en agotamiento. Cuidarse es reconocer que tenemos un cuerpo, necesidades y límites. Es saber cuándo hacer silencio, tomar distancia y cuándo volver. 

    En lo cotidiano, estos gestos pueden parecer pequeños: esperar antes de responder un mensaje, preguntar sin asumir, mirar con amabilidad y sin juicios a quien tenemos cerca, escuchar sin interrumpir. También pueden tomar forma en otras prácticas: escribir para ordenar lo que sentimos, meditar para aprender a estar con lo que hay, ofrecer nuestro tiempo a alguien que lo requiera, conversar sin distracciones. No importa la magnitud, sino la raíz: el deseo genuino de comprender y acompañar. 

    Reto semanal: gestos cotidianos de compasión

    Durante esta semana, elige conscientemente un gesto diario de compasión.  

    Cada noche, tómate un momento para preguntarte: 

    • ¿Qué gesto de cuidado ofrecí hoy? 
    • ¿Pude acompañar a alguien sin intentar resolver su situación? 
    • ¿Me acerqué desde la apertura, soltando los juicios y mi propia interpretación de los hechos? 
    • ¿Fui compasiva también conmigo? 

    Si quieres, puedes escribir una palabra o frase o hacer un dibujo que resuma lo vivido y lo sentido a partir de esta práctica de compasión. No se trata de cumplir una meta, sino de ir cultivando la sensibilidad de ver al otro y de verte a ti misma con más ternura. 

    Con el tiempo, estos gestos, por pequeños que puedan parecer, irán creando vínculos más humanos, espacios más habitables y una forma distinta de estar en el mundo. 

    Para seguir explorando

    En esta charla TED, Joan Halifax, quien es maestra budista, antropóloga y activista, reflexiona sobre la compasión como una fuerza poderosa que transforma el sufrimiento sin quedar atrapada en él.  

    En esta charla, Sara Schairer nos invita a hacer de la compasión una prioridad cotidiana. Nos recuerda, además, que la compasión requiere coraje: no se trata de resolverlo todo, sino de atrevernos a enfrentar el sufrimiento, el propio y el ajeno, con presencia y amabilidad.  

    Meditación Metta bhavana. Te invitamos a realizar esta meditación budista que nos lleva a cultivar una actitud de compasión amorosa hacia nosotros mismos y los demás.  

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